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sábado, 29 de mayo de 2010

La cacería de la flor que abre de noche

El biólogo es un ser diverso en sí, tan especializado o tan generalista como los insectos. Unas trabajan de bata blanca metidas cinco días y quinientas noches a la semana en un laboratorio, o todas las madrugadas húmedas de la selva cubiertas de comoyotes, garrapatas o sus diminutos parientes los pinolillos. Hay quienes se meten al bosque con equipo similar al de un cazafantasmas a grabar los cantos de los pájaros. Innumerables quienes navegan pacientes por asambleas en pueblos gestionando la conservación de una hectárea, quiénes se enfrascan en la más sencilla explicación de centros de diversificación vuelta una discusión económica contra las transnacionales. Están las que conocen los secretos de los mares a fuerza de dejar de entender a quienes andan por tierra, los que empiezan a comprender el presente a fuerza de pensar en millones de años, las que al ver una pirámide piensan en las algas microscópicas que carcomen sus paredes. Las que estudiando los organelos celulares proponen la endosimbiosis, los que discuten si la selección natural según Darwin opera distinto que la de Wallace, los que responden las causas últimas, los que se preguntan las causas próximas. No se podría avanzar sin quienes se sientan frente a la pantalla blanca a cubrirla de proyectos, reportes y artículos.

Al final todas, todos, nos sorprendemos con la misma felicidad al ver abrir la flor de la Pachira aquatica. La cacería para no perder el instante preciso es sólo parte del gusto. Para eso trabajamos, para asombrarnos del mundo natural con esa sensibilidad especial que nos tocó por algún azar. Recuerdo la primera vez que la ví, les dejo el video (risas). A la fecha me es imposible contener los gritos de emoción.